Cuando la religión lo permeaba todo, las grandes transformaciones se manifestaban hasta en las cosas más mundanas, es por eso que cuando la Revolución Protestante le restó poder a la Iglesia Católica, la cerveza era mucho más que una bebida de placer.
En el siglo XVI, tomar agua era un riesgo, pero como la cerveza era hervida e incorporaba hierbas y especias antibacterianas, era la opción saludable.
Además, sus otros ingredientes eran nutritivos, así que suplía las calorías que los más pobres necesitaban.
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El monopolio del gruit
Por ello era bebida por todos y a todas horas del día en varias regiones de Europa. Y quien dominaba la producción de cerveza era la iglesia católica.
La entonces todopoderosa organización religiosa contaba con el monopolio del Gruit, una mezcla de hierbas y especias (como milenrama, hiedra molida, brezo, romero, bayas de enebro, jengibre, canela) que se usaba para aromatizar y conservar la cerveza.
No obstante, había una planta con una linda flor cónica de color verde pálido, que crecía en abundancia y hacía perfectamente las veces del gruit. Se trataba del lúpulo. ¿Por qué entonces no lo usaban?
Hildegarda de Bingen
Un año antes de que Lutero publicara su crítica contra Roma y la iglesia católica, que lanzó la Reforma, el estado de Bavaria ya había promulgado una ley que dictaba que la cerveza solo se podía preparar con con lúpulo, agua y cebada.
Pero la ley bávara de 1516, y sobre todos los intentos por lograr que la misma fuera adoptada en otras regiones de Alemania, inicialmente encontró cierta resistencia.
Una razón era que Hildegarda de Bingen, la mística y abadesa alemana del siglo XII, había declarado que el lúpulo «entristecía el alma del hombre y pesaba sobre sus órganos internos».
Y, bueno, si la sibila del Rin y la profetisa teutónica -quien de hecho sigue siendo tan admirada que el papa Benedicto le otorgó el título de doctora de la Iglesia en 2012– te dice que algo no es muy bueno para ti, probablemente le prestas atención.
No obstante, si eres parte de un levantamiento que desafía todo lo que representa la iglesia católica, estás más que dispuesto a reconsiderar las que hasta entonces han sido tus verdades.
En el caso de la cerveza, eso significó que la que había sido considerada como una maleza indeseable empezó a ser apreciada. La Reforma le dio un gran impulso.
La reforma del lúpulo
El lúpulo tenía varias ventajas. En primer lugar, el Humulus lupulus no era gravado. Y además de ser libre de impuestos, era un excelente conservante, lo que, entre otras cosas, permitía que el producto fuera enviado a lugares lejanos sin problema.
Curiosamente, otra virtud era precisamente lo que antes se había considerado su vicio, sus propiedades sedantes.
Los brebajes que preparaba la Iglesia podían llegar a ser muy potentes y su efecto en los que los tomaban no iba en línea con la personalidad protestante.
Todas esas razones sumadas al simple deseo de desafiar a la Iglesia, llevaron a los cerveceros protestantes a comenzar a utilizar lúpulo en lugar de las yerbas del gruit. Fue así que la iglesia católica fue perdiendo el control de la cerveza.
«¿Se puede decir que el protestantismo promocionó explícitamente el uso del lúpulo?» se preguntó William Bostwick, autor de «El cuento del cervecero: una historia del mundo según la cerveza» en conversación con la organización de medios NPR.
El mismo se contesta que no. ¿Pero incentivó el uso del lúpulo? Muy probablemente sí.
La formidable Catalina
De lo que no hay duda es de que a Lutero no solo le fascinaba la cerveza, sino que ésta formó parte importante de su vida.
Lutero escribía sobre su esposa, una monja fugitiva llamada Catalina von Bora.
Sigo pensando qué buen vino y cerveza tengo en casa, además de una bella esposa.
Catalina no solo tuvo seis hijos y manejó la gran casa de los Lutero con su interminable flujo de invitados, sino que también plantó un huerto y árboles frutales, crio vacas y cerdos, tuvo un estanque de peces y abrió una cervecería que producía miles de pintas de cerveza al año.
Aunque el deleite de su esposo era innegable, a veces el monje parecía despreciar la cerveza, llegando a describir el gusto alemán por esta bebida como:
Una sed tan eterna que, me temo, seguirá siendo la plaga de Alemania hasta el último día.
Pero a pesar de las protestas de Lutero, su vaso siempre estaba lleno.
Días antes de morir, en febrero de 1546, en una de sus últimas cartas a su esposa, elogió la cerveza de Naumburg por sus propiedades laxantes.
Lutero sufrió agonías insoportables por estreñimiento y con inmensa satisfacción que anunció sus «tres deposiciones» esa mañana.